viernes, 20 de marzo de 2009

Uruguay 2009, parte 13: Conociendo Tacuarembó

San Fructuoso (by pablodf)
Iglesia de San Fructuoso, Tacuarembó
¿Cómo se nos ocurrió ir a Tacuarembó, en el interior profundo de Uruguay, más cerca del sur de Brasil que de la costa atlántica? La cuestión pasó por un criterio estrictamente geográfico: el objetivo era no quedarnos todo el tiempo en la costa, y no volver por el mismo lugar por donde habíamos venido. Tacuarembó no es un lugar con atractivos turísticos internacionales, salvo que uno sea un verdadero fanático de Carlos Gardel (ya hablaré de eso a su tiempo).

Como fuera, resulta que Uruguay sufre del mismo tipo de macrocefalia que Argentina, sólo que más pronunciada todavía; si en Buenos Aires y su conurbano reside entre la tercera y la cuarta parte de la población argentina, la mitad de población uruguaya (sólo un décimo de la argentina) está concentrada en el departamento de Montevideo. O sea que todos los caminos llevan a Montevideo. O sea, para hacerla corta, que no hay ruta directa desde Rocha hasta Tacuarembó. El viajero que quiera ir hacia el corazón gaucho del país no tiene más remedio que ir primero al oeste-suroeste hasta Montevideo y luego esperar la combinación que lo lleve en dirección norte-noreste hasta Tacuarembó.

De manera que, pese a todo, sí volvimos sobre nuestros pasos, aunque nuestra estancia en Montevideo fue mucho más corta; por una afortunada coincidencia, el colectivo que a las 6:30, seguido por la luna llena, nos arrancó de la fresca noche de La Pedrera, nos dejó en Tres Cruces, Montevideo, unas cuatro horas después, y menos de una hora antes de que saliera un bus hacia el interior.

El viaje fue largo: unas cinco horas (largo para los estándares uruguayos). Medio dormidos, nos internamos en un país plano, planísimo, verde, de vacas y ovejas desperdigadas. Con el mapa en la mano pero ningún otro conocimiento de la geografía real, yo intentaba adivinar y recordar los nombres de los pueblos y ciudades por las que pasábamos. Sabía que cruzaríamos varias capitales departamentales y un gran río... Llegamos a Durazno (qué hermoso nombre, pensé) y después, mucho después, cuando ya había empezado a perder la esperanza de ver agua corriendo alguna vez, vi venir un puente, una extensión líquida, y zas, en un santiamén habíamos cruzado por sobre un río azul, bordeado de árboles, y nos saludaba un inmenso cartel amarillo con la silueta negra de un toro, emblema del agua tónica más famosa de nuestros dos países (cuando yo era más chico suponía que "agua tónica" era sólo una forma no comercial de denominar a la Paso de los Toros). Por supuesto, de la susodicha sólo queda la marca, comprada por un grupo hiper-recontra-multinacional que (seguramente) proclama que la fabrica con "la misma frescura de siempre", o algo así.

Llegar a Tacuarembó y bajar fue literalmente un golpe de calor. Del fresco marino y del aire acondicionado montevideano habíamos pasado sin solución de continuidad a la subtropicalidad de una ciudad mediterránea. Y eran las cuatro de la tarde, y en la terminal de ómnibus de Tacuarembó no había aire acondicionado. Fuimos a la oficina de informes turísticos, donde se nos informó que en Tacuarembó lo turístico está fuera de la ciudad y de ninguna manera pensado para visitantes en colectivo.

Desarmados y pegajosos, marchamos, mochilas al hombro, hacia el centro de la ciudad y nuestro hotel, que resultó ser una curiosa pero finalmente satisfactoria mezcla entre lo desarreglado y lo espacioso. Después de los ya casi olvidados días en esa barraca confusa que fue el hostel de La Paloma y las jornadas en la acogedora pero pequeña habitación de La Pedrera, con su baño sin puerta, esto era el paraíso. Nos dimos un baño y, a pesar del terrible calor del exterior, nos aventuramos a caminar.

Laguna (by pablodf)
Laguna de las Lavanderas


Transporte tacuaremboense (by pablodf)
Motos cruzando un puente de colores
Tacuarembó es pueblo, un pueblo de cincuenta y tantos mil habitantes, desparramados, pero pueblo al fin, con tardes vacías hasta la puesta del sol, muchos jóvenes en moto, una plaza grande en el medio, una calle principal a cada lado de la plaza, y una iglesia a un costado. Si no hubiera sido un agotamiento caminar incluso a la sombra, podríamos haberlo apreciado más, estoy seguro. Tal como fueron las cosas, no había mucho que ver, de manera que tomamos el camino hacia la única atracción turística accesible a pie, la Laguna de las Lavanderas.

Si una imagen vale más que mil palabras, hay que hacer la salvedad de que esas palabras pueden ser mentirosas. Las postales de la laguna mostraban un hermoso espejo de agua rodeado de verdor y sombra; sólo de cerca podía observarse que la quietud del agua era en verdad simple estancamiento. Había abundante vida y mucho verde allí, pero daba asco siquiera pensar en tocar el agua con la punta de un dedo del pie.

Huimos, pues, y de vuelta en la ciudad, atravesando un puente pintado de colores claros y desaturados (el multicolor emblema del municipio de Tacuarembó, según supimos), nos metimos en un cíber, y después de eso nos fuimos a buscar un lugar para comer. Compartimos un inmenso sandwich y una cerveza en un bar, sentados vecinos a dos jóvenes turistas extranjeros de hablar anglosajón y pinta mochilera, que por alguna extraña razón (así es el mundo, así la globalización) habían ido a parar a este rincón del planeta, el mismo que nosotros dos.

Estábamos frente a la plaza principal, que se iba llenando, y sobre la calle principal, que zumbaba de motitos. Lo de las motos lo recalco porque parece ser una constante en los pueblos-ciudades de tamaño mediano donde el transporte público es poco o nulo; en Chilecito, La Rioja, habíamos observado que todos los jóvenes parecían tener una moto, pequeña o grande no importaba, nueva o vieja, pero siempre un medio de transporte propio, pequeño y relativamente económico, para no estar obligados a elegir entre la lenta caminata y el taxi caro.

En Tacuarembó, por supuesto, los chicos venían en moto o bicicleta con su termo y su mate, proeza que no podría imitar; se bajaban en la plaza, ponían música, charlaban y tomaban mate. Nada, o casi nada, de cerveza ni de vino ni de tragos, que en Argentina y en las plazas y en todos los lugares donde se juntan jóvenes forman esa mezcla de donde surge inevitablemente la molesta desfachatez y la violencia. Era todavía temprano, claro, pero el asunto pintaba para largo, y no parecía que los chicos y las chicas fueran menos felices ni estuvieran menos entretenidos que sus homólogos argentinos, que hoy en día proclaman o asumen que necesitan alcohol en la sangre para divertirse.

Con esta reflexión (y con unos vasos fríos de cerveza en nuestra sangre) terminamos la cena y nos fuimos al hotel a descansar.

Continuará...

1 comentario:

  1. Hola! El motivo de que la red de vías confluya hacia la capital portuaria de Montevideo es que los ingleses, que fueron sus promotores (y seguro que también en Argentina)tenían un lógico y descarado interés en que la producción pecuaria saliera lo más rápido posible rumbo a sus fábricas en Inglaterra. Si se observa en un mapa la red de vías, parece un gran sistema circulatorio pero con un sólo sentido: el sur(por donde se ha desangrado).
    Che deberían proponerte para Ministro de Turismo del Uruguay...seguro que nos hundimos!!! (es broma)
    Es cierto que el calor allá es muy,muy húmedo, que el interior esta casi deshabitado,que no hay infraestructuras, y que sólo se fomenta el turismo de sol y playa.Pero supongo que esta bien para volver a lo natural, a una manera d hacer turismo más sencilla y rústica, pero un consejo: llévense sombrilla...

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