miércoles, 18 de marzo de 2009

Uruguay 2009, parte 12: Cabo Polonio

Apretados

El Mamut (by pablodf)
Cabo Polonio es una prolongación de tierra que entra en el mar, rodeada y casi tapada por inmensas dunas. Hace unos años era bastante difícil llegar. Hoy todavía es necesario bajarse antes, subirse a un gran vehículo todoterreno, y sacudirse a baja velocidad durante media hora a lo largo de un camino de arena.

La diferencia es que antes (me dicen) había un solo gran camión con tracción 4×4, que partía del medio de la nada y llegaba a lo que era entonces un pueblito de pescadores sin agua potable ni energía eléctrica, habitado ocasionalmente por hippies y aventureros; y ahora hay toda una flota, un pequeño emporio de vehículos, en un predio abierto donde hay cabinas para comprar boletos y una edificación con baños públicos, y al final del camino el pueblito se ha transformado en un lugar todavía pintoresco y rústico, pero populoso, con alojamientos decentes y hasta con un restaurante de mariscos.

El día era espléndido, sin amenaza alguna de esas nubes o esos vientos fríos que nos habían perseguido anteriormente. Tomamos el ómnibus que iba hacia Barra de Valizas y nos bajamos un poco antes; allí abordamos "El Mamut", junto con un par de docenas de personas, y sobre esa mole, comprimidos, viajamos por el camino arenoso, ondulado, hasta que a lo lejos se empezaron a ver dunas y una playa de color uniforme, unas casitas desparramadas, un mar azul turquesa. El Mamut nos paseó junto al mar un rato, dobló a la izquierda, y nos depositó en un punto de la costa que no se distinguía de ningún otro.

Faro entre las rocas Nos untamos de protector solar (que a la larga resultaría ser insuficiente) y allí a unos pasos, en la playa, nos sentamos a comer nuestro almuerzo de sandwichitos, que corría serio riesgo si esperábamos más. Aun sin viento, el mar se veía fabuloso, agitado; a lo lejos creí ver tablas de surf. Del otro lado se veían unas islas pequeñas con unos puntitos oscuros sobre las rocas desnudas y centelleantes, golpeadas por la espuma: lobos marinos, que se reúnen, aparentemente, para estar juntos y reposar al sol durante todo el día. Más allá, sobre nuestra costa, había más rocas y un faro. Hacía alí caminamos, para bajar la comida.

Macho lobo En el camino nos encontramos con un rinconcito donde las rocas bajaban hasta el mar, y en un sector cercado un cartelito que anunciaba: "Lobería". A pocos metros, unos veinte lobos marinos, negros y marrones, relucientes de agua salada, dormitaban o se desperezaban. No se puede decir que fueran animales muy activos. Uno que parecía un macho con melena bramaba débilmente, irguiéndose sobre sus aletas, y por otro lado un cachorro todo negro se rascaba, distraído del mundo.

Nos retrepamos a las rocas y seguimos camino al faro. Llegamos arriba sin aliento (¡120 escalones!) pero el esfuerzo nos fue recompensado: desde allí los ojos podían abarcar no sólo el mar y las dos o tres islitas de los lobos marinos, sino también todo el Cabo con playas a ambos lados y las grandes dunas de color amarillo azafrán a lo lejos. (Tomé allí una foto panorámica que pronto, espero, estará adornando mi habitación con su metro y medio de longitud.)

El mar se veía invitante. Ya habíamos tenido suficiente de caminar y subir escaleras. Nos apresuramos hacia la playa, hacia un lugar donde no hubiera tanta gente, y nos metimos al agua. (Como otras veces, me quedé mucho más que Marisa, y volví varias veces. Era con mucho la mejor playa que habíamos experimentado en todo el viaje.)

Enseñanza sobre lo infinito (by pablodf)

La tarde se nos venía encima. La playa a lo lejos se iba vaciando de gente y prometía una paz incomparable y una vista para meditar. Nos pusimos en camino otra vez, el sol quemándonos de lado, y pronto llegamos a donde las dunas están a pocos pasos del mar y sólo quedan bañistas solitarios y meditabundos buscando el silencio. Trepé a una duna y miré a mi alrededor. Hubiera sido fácil bajar del otro lado y volver a trepar, y perderme en la arena caliente y fina, pero tuve que precipitarme hasta la playa, donde Marisa esperaba y me sacaba esas típicas fotos de turista que saluda desde lejos como si hubiera trepado a la cima del mundo.

Gran duna

Habíamos ido hacia un extremo del cabo que parecía estar lejos, pero no imposiblemente lejos, y no habíamos llegado ni a la mitad del trayecto, y ya era apenas visible el faro y las casitas del poblado. No estábamos precisamente sobre la hora, pero no era prudente esperar más para volver. Cuando, media hora más tarde, tomamos a uno de los hermanos del "Mamut" de vuelta, y tuvimos que esperar luego 45 minutos el colectivo en la ruta, nos lamentábamos de no haber aprovechado hasta el último minuto; pero así de cruel es el destino del turista que depende de sus pies y de vehículos ajenos.

Libres

Agotados al volver, logramos arrastrarnos hasta un supermercado y comprar espirales para ahuyentar a los mosquitos, además de una cena rapidísima, antes de caer en un sueño profundo. Ya no habría más playas. Con los ojos cansados y la piel quemada nos despedíamos de las costas de Uruguay; al día siguiente, antes de que saliera el sol, estaríamos en camino hacia Tacuarembó, vía Montevideo.

Continuará...

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