jueves, 2 de octubre de 2008

"La próxima estación", de Pino Solanas

Imágenes del ferrocarril. Todas estas fotos fueron tomadas por mí en distintos lugares de Rosario, donde el tren queda sobre todo como recuerdo.

Estación Central Córdoba (by pablodf)
Estación Central Córdoba (abandonada)

Patio Parada Rosario 9 (by pablodf)
Patio Parada (área de maniobras de trenes de carga del NCA)

Estación Rosario Oeste (by pablodf)
Estación Rosario Oeste (abandonada)

Rosario Norte nocturna (by pablodf)
Estación Rosario Norte

Locomotora en exhibición (by pablodf)
Locomotora en Av. Rivadavia y Rodríguez, Barrio Pichincha

Estación Antártida Argentina (by pablodf)
Estación Antártida Argentina, ex Fisherton (abandonada)

Atardecer en Rosario Norte (by pablodf)
Estación Rosario Norte
El martes fui a ver La próxima estación, el documental de Fernando "Pino" Solanas sobre la historia de los ferrocarriles en Argentina y su esperada (pero por ahora no muy posible) reconstrucción. Pino es una figura del cine nacional, director de unas cuantas películas de denuncia, que confieso no haber visto, además de activista político. En los '90 fue diputado, y en las últimas elecciones fue candidato a presidente por Proyecto Sur.

La película es un llamado a la acción tanto como un documental, y como tal hay que tener en cuenta los recursos que Pino utiliza, su trasfondo, las cosas que dice y que no dice. Es una buena película, y casi con seguridad 99 de cada 100 personas que entren al cine a verla saldrán con más y mejor información sobre los trenes argentinos. La historia, no obstante, tiene sus huecos, y desde allí el interesado deberá proseguir su investigación fuera del cine.

La próxima estación comienza hablando del poco conocido origen del ferrocarril estatal, pronto opacada por las inversiones de las compañías británicas y francesas. Estas últimas, luego de asegurarse increíbles beneficios fiscales, construyeron una inmensa red ferroviaria cuyo propósito era sobre todo llevar productos primarios desde el "interior" del país hacia los puertos del litoral y Buenos Aires, con rapidez, seguridad y bajo costo. Después se crearon los "ferrocarriles de fomento" estatales, que llegaban a lugares que no tenían interés económico para las empresas privadas.

Después vino Juan Domingo Perón, que nacionalizó y reorganizó los trenes, impulsó la industria ferroviaria nacional, y expandió la red uniendo al país. Fue una Edad de Oro en que la sustitución de importaciones dio oficio y trabajo a millones.

Cuando en 1955 un golpe de estado derrocó a Perón, comenzó la destrucción del ferrocarril nacional y popular. Se comenzó a apoyar el transporte automotor y se descuidó la modernización de los trenes. Cada dictadura y gobierno democrático posterior puso su granito de arena para dejarnos sin tren, hasta que el nunca demasiado vituperado Carlos Menem barrió con lo que quedaba, transfirió las empresas federales de trenes a los estados provinciales, que no podían costearlos, y privatizó casi todo lo que quedaba, con el argumento de que los ferrocarriles estatales daban pérdida y las empresas privadas podían hacerlo moderno y eficiente. Eso, por supuesto, nunca ocurrió, y hoy en día las empresas de trenes privados dan un servicio que hubiera avergonzado a los ferroviarios de hace cincuenta años, y reciben subsidios monstruosos que obviamente no invierten ni siquiera en mantenimiento.

Mientras esto ocurre, el 80% del tráfico de carga del país y casi todo el tráfico de pasajeros (fuera del Gran Buenos Aires) circula en autos, ómnibus y camiones, gastando increíbles cantidades de combustible fósil cada vez más caro de manera ineficiente, contaminando el aire, atascando rutas y causando accidentes fatales a un ritmo espantoso. Y en vez de promover un tren barato y eficiente, el gobierno de Néstor y Cristina Kirchner intentan gastar miles de millones de nuestro dinero en un "tren bala" en el cual sólo podrán viajar los ricos de las tres más grandes ciudades del país.

Hay mucho más que ver en La próxima estación. Hay increíbles conversaciones con funcionarios públicos a los que sólo les falta reírse en la cara de Solanas (y de todos nosotros). Hay fotos de archivo de políticos oportunistas que hoy pasan por progresistas y que hace diez años aplaudían el neoliberalismo de Carlos Menem. Hay vistas de inmensos depósitos de material ferroviario carísimo, todavía en condiciones de ser reparado, que nadie controla, que se oxida o que algunos se roban de a miles de toneladas con pleno conocimiento de las autoridades. Hay empleados ferroviarios emocionados, pueblos fantasmas que ya no tienen sino una estación de tren vacía, y más todavía.

Lo que mejor logra transmitir Pino en esta película, además de la lógica indignación y del romanticismo del tren, es una idea que se repite: que los "servicios públicos" son exactamente eso, servicios a los que el pueblo tiene derecho porque son suyos, porque fueron construidos o adquiridos con el dinero del estado, que somos nosotros. Somos herederos de una riqueza material de increíbles proporciones, y los gobiernos y las empresas no tienen derecho a ella más que como administradores. Solanas lo remacha una y otra vez: los trenes son nuestros, es nuestra obligación y nuestro derecho el que sean cuidados, mantenidos y recuperados.

¿Y los huecos? Hay uno grande, muy grande, y es el rol del peronismo en toda esta historia. Solanas tiene su corazoncito peronista después de todo, y se nota. El sindicalismo de los gremios ferroviarios, que se vendió a Carlos Menem y que traicionó a los trabajadores y nos dejó sin trenes, es el mismo que Perón crió, al que le dio forma quitándole los elementos izquierdistas que pudieran serle desleales y dejando una estructura corporativa con jefes cuasi-mafiosos, que pudieran ser comprados. La historia se repitió con Menem, y lo confirman los ferroviarios entrevistados, que son todos delegados gremiales.

Durante la película se nos va formando, a los que no somos del palo, la imagen de los ferroviarios como una gran familia, una logia, con una mística propia, que incluye tanto la improvisación técnica típicamente argentina (esa capacidad de adaptación a la falta de recursos y a la dejadez que hace que tantas cosas, en este país descuidado, funcionen con tan poco) como la asamblea y el paro, el bloqueo de vías, la intimidación, las marcas del sindicalismo combativo en un país que desgraciadamente ha hecho peleadores a los trabajadores. Esta clase de movimiento respeta a líderes fuertes que puedan golpear y proteger a los suyos. Es la misma dinámica que rige a los que se robaron el ferrocarril, una dinámica de tribu, de mafia. Con un establishment corrupto hasta la médula como tenemos en Argentina, la mafia más poderosa siempre va a ganar.

Por ese camino no se va a recuperar el tren, pero Solanas considera esta lucha por migajas como una gesta, y porque nos damos cuenta, su incitación a seguir luchando y su ingenua profecía de que "el tren va a volver" deja un sabor más amargo que el de la mera indignación.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario